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“Oye Elisa, ¿a dónde vas tan apurada?”, me dijo una voz familiar.

Me di la vuelta para ver a Cristina caminando rápidamente para encontrarse conmigo. Era el primer día de nuestro semestre y no podía evitar sentirme muy consciente de mi atuendo. Mis zapatos tenían agujeros en los dedos de los pies, mi ropa estaba deslavada y mi mochila estaba unida con un seguro grande y vistoso. Trabajé todas las vacaciones para conseguir dinero para comprar ropa y zapatos nuevos para la escuela, pero mi abuela se enfermó las últimas dos semanas y le di a mi madre el dinero para ayudar con las medicinas.

“Hola, Cris.”, le dije mientras se acercaba y se paraba a lado de mi.

Cris me miró, “¿Pensé que ibas a comprar ropa nueva este semestre?”

Puse los ojos en blanco y seguí caminando, “La abuela se enfermó, y ya sabes cómo es todo eso.”

“¿Tu abuela está bien?”

“Ahora ella está en casa descansando…”, me tropecé y la parte inferior de uno de mis zapatos voló y patiné por el suelo, justo en frente de los chicos populares.

Me quedé ahí congelada y llena de vergüenza mientras Cris corría a buscarme mi zapato.

“Escucha”, dijo mientras regresaba a mi lado, “tengo un poco de pegamento instantáneo en mi mochila.”

Las lágrimas corrían por mi rostro mientras Cris me llevaba gentilmente hacia el baño.

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Después de la escuela, Cristina y yo nos ofrecimos como voluntarias en el programa El Valor de las Mujeres, Hermanas Mayor. Después de nuestra sesión con los niños, la señora Olivera nos dijo a los voluntarios que si no recibíamos más donaciones, no tendría más remedio que cerrar el programa. Salimos del centro sin estar seguras de cómo podríamos ayudar a la señora Olivera a salvar el programa.

“¿Y si tuviéramos una venta de pasteles?”, me preguntó Cristina mientras nos dirigíamos a casa.

“Eso no generaría tanto dinero como lo necesitamos.”

Pasamos por el mini mercado y vimos el letrero: “La lotería de esta semana, $18 millones de dólares.”

“¿Y si cada una de nosotras compra un boleto?”, le dije con entusiasmo mientras estábamos paradas afuera.

“¿Sabes que la lotería es un plan del gobierno para hacer dinero, verdad? Nadie gana nunca. Pero si quieres comprarlo, supongo que no te puedo detenerte.”

Rápidamente entré al mini mercado y compré un boleto.

Eran mis últimos $5 dólares, pero y si ganaba…
Salí y Cristina preguntó: “Entonces, ¿qué vas a comprar cuando ganes la lotería?”

“Bueno, primero, compraré un nuevo par de zapatos”, dije mientras levantaba un pie y criticaba mi zapato.

Cristina y yo nos reímos mientras pensábamos en todas las cosas extravagantes que compraríamos, como tigres para tenerlos como mascotas y coronas con grandes joyas. Me despedí de Cristina cuando nos detuvimos frente a mi casa. Antes de ir a la cama, dejé el billete de lotería en mi lapicera para mantenerlo seguro hasta la noche del día siguiente.

Al día siguiente, antes de nuestro examen de inglés, que era en nuestra última clase del día, Cristina me tocó el hombro. “Oye, ¿tienes un lápiz extra que puedas prestarme?”

En ese momento entró la maestra. Le entregué mi estuche a Cristina para que tomara el lápiz. Se me olvidó que Cristina tenía mi lapicera hasta que me senté frente al televisor esperando los números de la lotería de esa noche. Me senté pegada a la televisión, con gotas de sudor formándose en mi frente, retorciéndome las manos nerviosamente mientras los números aparecían en la pantalla uno por uno.

3, 7, 9, 16, 20

“¡Gané! ¡gané!”, grité mientras bailaba por toda la sala.

“¿Qué está pasando aquí?”, preguntó mi madre mientras entraba a la sala.

“¡Gané la lotería!”, grité mientras tiraba de ella para que bailara conmigo.

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